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Soledad Martínez Stark Ingeniera agrónoma Decidamos

Además de una crisis sanitaria, estamos viviviendo una crisis alimentaria. La pandemia del COVID-19 afecta no solo la salud, sino todos los ámbitos de la vida.

En las poblaciones vulnerables y en situación de pobreza, el impacto es sentido con mayor intensidad. En Paraguay, el año 2019 cerró con una tasa de desempleo del 5,7 % según datos de la Dirección General de Estadísticas, Encuestas y Censos (DGEEC, 2020). Con el confinamiento y la cuarentena, dispuesta para precautelar la salud, a la población desempleada se han sumado 75.000 suspensiones de trabajo formal[1] (Última Hora, 2020). Por otra parte, el 71% de la Población Económicamente Activa (PEA), trabaja en condiciones de informalidad. Estas personas  viven el día a día, y  se han quedado sin fuentes de ingresos, lo que significa que perdieron la posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas. Esta situación ha empeorado a partir de la crisis sanitaria, desencadenada por el desarrollo de la pandemia COVID-19, y en este contexto, uno de los aspectos más delicados es la alimentación de la población más vulnerable. Los grupos más desprotegidos, ubicados en asentamientos de áreas urbanas y periurbanas están sufriendo dificultades de acceso y falta de disponibilidad de alimentos, situación que se complejiza aún más con la agudización del empobrecimiento. Si bien el gobierno está tomando algunas medidas de protección social, estas no llegan con la celeridad necesaria y tampoco alcanza a todas las personas en situación de vulnerabilidad. En este momento, una gran parte de las necesidades alimentarias de las poblaciones más carenciadas, están siendo atendidas a través de las ollas populares y solidarias, que son posibles, gracias a la organización en los territorios y las donaciones de personas, grupos y diversos colectivos sociales. Con la cuarentena inteligente se espera un proceso de reactivación económica, que se dará lenta y gradualmente, por la cual, se vislumbra una profundización de las desigualdades y el aumento de la inseguridad alimentaria, tanto en relación a la cantidad de los alimentos como a la calidad nutricional. El apoyo recibido hasta el momento, en términos de alimentación desde el gobierno y desde iniciativas solidarias, consiste en su mayor parte en comida no perecible, predominantemente calórica, a base de carbohidratos y grasas saturadas, la misma que posiblemente, la gente comprará cuando empiecen a tener ingresos, puesto que, los cereales refinados tienen un menor precio, siendo los alimentos frescos, como hortalizas y legumbres más costosos. Esta situación debe tenerse en cuenta, porque la comida procesada y refinada llena el estómago, pero no alimenta y predispone a condiciones riesgosas para la salud.

Replantear los sistemas alimentarios

El sistema alimentario engloba diversos elementos como medio ambiente, personas, insumos, procesos, infraestructuras, instituciones, etc., así como las actividades relacionadas con la producción, la elaboración, la distribución, la preparación y el consumo de alimentos, tanto como los productos de estas actividades, incluidos los resultados socioeconómicos y ambientales. (Comité de seguridad alimentaria mundial, 2018). En las últimas décadas, el sistema alimentario se ha globalizado. La mayor parte de los alimentos que se producen, distribuyen, comercializan y consumen, responden al funcionamiento de los mercados internacionales, los que están muy condicionados por las grandes transnacionales que lideran el movimiento comercial. Se buscan grandes volúmenes de producción, que se generan a partir de monocultivos y paquetes tecnológicos, que degradan las condiciones ambientales y la calidad de vida de las poblaciones. Los alimentos producidos y exportados como materia prima, vuelven a los países de origen en forma de comida ultraprocesada. En Paraguay, el 94 % de las tierras agrícolas están dedicadas a la agricultura empresarial para exportación, y sólo 6% están dedicadas a la agricultura campesina, que produce alimentos para el mercado interno (Base Is, 2019). Es decir, ni el sistema productivo, ni el sistema alimentario están pensados para alimentar a la población. Y esta situación es muy similar en la mayoría de los países de la región. La crisis desatada a partir del COVID-19, ha puesto en evidencia la fragilidad de los sistemas alimentarios y la necesidad de repensarlos a nivel del país, a nivel de cada localidad y   también en términos regionales y globales.

Huertas agroecológicas urbanas y periurbanas

Junto con la urgente y necesaria reforma agraria, los sistemas agroecológicos rurales y urbanos, constituyen la alternativa para producir alimentos de manera  sostenible y saludable, fomentando también la producción y el abastecimiento local.
Huerta
Caminar hacia la autosuficiencia alimentaria en el país, es una decisión estratégica que implica dar un giro a la política agrícola, centrando el objetivo en garantizar la alimentación de la población. Existen modelos exitosos de producción agroecológica a nivel rural, cuyos principios pueden replicarse, propiciando condiciones para desarrollar agricultura urbana y periurbana, de modo a asegurar la provisión de alimentos frescos, saludables y nutritivos a nivel local. En este sentido, las huertas agroecológicas familiares y comunitarias, representan la posibilidad real de contribuir a la seguridad alimentaria, produciendo hortalizas variadas y nutritivas a corto y mediano plazo.
Huerta
A diferencia de la lógica mercantil, que guía el desarrollo del agronegocio, para realizar este tipo de producción, no se requieren grandes espacios, ni grandes inversiones. En lotes urbanos bien planificados se pueden producir hortalizas, algunas legumbres, como fuente de proteínas vegetales y diversos frutales, que harán un aporte significativo a la calidad nutricional de las comidas. La propuesta agroecológica propicia el desarrollo de sistemas autogestionados  poco dependientes de insumos  externos,  a partir de la utilización equilibrada de los bienes naturales, fomentando  el reciclaje de nutrientes y de materiales, evitando la contaminación y la degradación de los recursos. El mejoramiento continuo de los suelos se logra con la incorporación de materia orgánica en forma de compostaje, utilizando para ello materiales fáciles de encontrar, como hojas de árboles, restos de podas y residuos como cáscaras de frutas y hortalizas.
Para el control de plagas y enfermedades de los cultivos, se utilizan plantas que protegen plantas, como tártago, güembé, ajenjo y otras que se cultivan en la huerta para enriquecer la biodiversidad del sistema. Se trata de sistemas agroalimentarios de bajo costo económico, buena eficiencia productiva y alto impacto positivo en lo social y ambiental. La crisis de salud del COVID-19 implica  una crisis económica y  una crisis de seguridad alimentaria y nutrición. En este contexto, los sistemas agroecológicos rurales y las huertas agroecológicas urbanas representan una verdadera alternativa para propiciar una alimentación de calidad, manteniendo entornos alimentarios saludables y resilientes a las crisis.

Bibliografía

Base Is. (2019). Con la soja al cuello. Asunción. Comité de seguridad alimentaria mundial. (2018). Informe No.12. FAO. DGEEC. (2020). Boletín de pobreza 2019. Asunción. Última Hora. (4 de Mayo de 2020). IPS pagará a más de 60000 trabajadores suspendidos en esta semana. Última Hora.
[1] Fuente: https://www.ultimahora.com/ips-pagara-mas-60000-trabajadores-suspendidos-esta-semana-n2883462.html