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Francisco llegó a Paraguay para recibir ovaciones pero también presiones y reclamos. En medio de la euforia, un barrio quiere que él interceda por sus tierras. En otras partes de su recorrido los conflictos sociales y eclesiásticos también generaron tensión y roces. El problema lo precede y él ya ha operado políticamente: intervino diócesis, rotó obispos y dio mensajes puntuales en los discursos que la prensa local edita. En el fango en Bañado Norte, el cronista Diego Geddes y el sociólogo Pablo Semán narran el odio a los pobres, las internas católicas y la militancia política y religiosa del país guaraní.

 La vigilia de los vecinos del Bañado Norte termina en el momento exacto en que el helicóptero militar sobrevuela por primera vez el cielo de este barrio pobre, al margen del río Paraguay. Nada de lo que pasó en el bañado paraguayo durante la mañana del domingo admite una descripción genérica del tipo “el Papa dio su bendición”. En la cancha de fútbol fangosa, que estuvo tapada por la crecida del río hasta hace poco, las mujeres gritan como si llegara una estrella de rock. Como en los grandes shows contemporáneos, los celulares enormes, con los vidrios astillados, registran todo. A las 8.16, apenas un minuto más tarde de lo estipulado, Francisco por fin está con nosotros y a sus fieles les desaparece el cansancio de los cuerpos por la noche sin dormir.

El público de rock venera sin cuestionamientos; en el Bañado, la cosa es diferente. Francisco se acomoda en una silla con listones blancos y amarillos, y se prepara para escuchar por enésima vez los bailes, las canciones y los reclamos de otro pueblo sudamericano. Sonríe; se nota en su energía que es el primer evento de la jornada, pero también se advierte la fatiga de esta gira por tres países que ya lleva siete días

La primera en hablar es María Adolfina García, una dirigente social que no pierde el tiempo. Aprovecha sus cinco minutos para decir lo que los bañadenses reclaman: la destrucción de los campos generan un exilio forzoso de los campesinos. “Nosotros ganamos esta tierra, nosotros construimos este barrio, esta tierra nos pertenece, queremos una vivienda digna, el Estado no nos mira con buenos ojos, para el Estado el problema no son nuestras necesidades sino nosotros”. Las cuatro mil personas que están en la ceremonia gritan “¡Cierto!” a cada una de las frases de Adolfina durante sus cinco minutos. Una validación mucho más poderosa que un aplauso o incluso una ovación.

La oradora que sigue es Angélica Viveros, otra militante de las organizaciones que reclaman la propiedad de la tierra de los Bañados. Y también a cada una de las frases le sigue un “Cierto!” cada vez más firme: “Paraguay impone la política de la pobreza”, “¡Cierto!”, “la iglesia que queremos es la que acompaña a sus fieles en la lucha por su propia tierra”, “¡Cierto!”. Termina el discurso de Angélica y su hermana, que mira en la canchita de fútbol, llora. No está sola en eso de llorar. Si al principio esto parecía la bienvenida para un rockstar, ahora la tensión es diferente. Esta gente ama al papa Francisco, desde luego. Se lo dicen con banderas, globos, canciones, cartas, dibujos. Pero no quisieron diluir sus demandas en un pedido de bendiciones cualquiera. La santísima trinidad de Francisco -“Tierra, techo y trabajo” tiene acá una situación álgida. El desplazamiento a otros municipios donde no hay servicios, trabajo ni transporte no es una opción para los que dicen: si nos llevan a otro lugar nos tienen que dar todo.

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En la rivera del río Paraguay, en los bañados norte y sur, vive un 20 % del algo más de medio millón de habitantes de Asunción. Son zonas anegadizas que con el crecimiento de la población, la expansión de la concentradísima economía agroganadera, y las limitaciones de la tierra disponible en la ciudad, se han vuelto bienes preciados para proyectos de inversión inmobiliaria y comercial. De hecho, una parte del bañado ya ha sido adjudicada a firmas que han mejorado los terrenos e instalado en ellos galpones, salones de venta y grandes espacios verdes con vista al río. La situación se presenta a la medida de la visita del Papa, que ha señalado en general lo que aquí se juega en particular: el destino de pobladores del bañado cuya presencia resulta un obstáculo a la rentabilidad de distintos intereses económicos.

Los vecinos del bañado lo saben y por eso la recepción que organizaron para Francisco no está despojada de singularidades. El barrio luce como un decorado para una filmación: la parte de las calles que será recorrida por el Papa ha sido mejorada aviesamente con piedras que fijan el fango y las cocinas de las casas; organizaciones ligadas a la iglesia preparan chipá y buñuelos en hornillos de leña que tienen tres o cuatro divisiones para el febril multitasking gastronómico. El carbón ardiente se rocía con azúcar y yerba formando la base de la infusión que acompañará la noche de vigilia.

Pero no es eso lo singular. Lo que debe desnaturalizarse es la presencia de los carteles que jalonan el camino por el que se desplazó la comitiva vaticana. Dicen: “La tierra es de quien la habita: títulos para los bañadenses”, “No más inundaciones: defensa costera ya!”. En el barrio se ha quebrado el mandato implícito de no entonar, enunciar, escribir o expresar nada más que “intenciones religiosas”. Los vecinos entienden que la palabra del Papa no sólo fortalecerá la fe sino su posición frente a la presión que se ha desatado por las tierras. Se planifica un traslado que no tiene en cuenta las décadas presencia de las familias de los bañados. La visita del Papa es el terreno de una sórdida batalla.

Encuentro con el Diablo

Algo de esto quedó anticipado y luego patente durante otra experiencia que expresa odio a los pobres. Sala de periodistas de la CONMEBOL. En medio de las comodidades icónicas de una de las organizaciones internacionales más corruptas del planeta se da una charla con una periodista paraguaya. Ella discute y da mil explicaciones que surgen como aguijonazos cada vez que otro expresa con cierta moderación puntos de vista contrapuestos.

La periodista se alarma ante nuestra simpatía implícita con el gesto del Papa de ir al Bañado Norte. Está harta de los “pobrecitos”, de los que según ella son llamados, incorrectamente, los “necesitados”. La palabra guaraní “angá” es un eufemismo. No son víctimas de nada. Están ahí por que “quieren”:

—Se quedan, se inunda y después hay que estar juntando ropa para darles —

Al responder con calma que están hace sesenta años en esa zona y tal vez necesiten mejoras que son posibles, se enoja todavía más y explica enfática:

—A esa gente ya se le han ofrecido planes para que se muden a otros lugares.

—¿A donde?

Responde que a municipios lindantes que ella misma ha comentado, no son lejanos, pero dada la escasez de transporte público y la cantidad de automóviles, los tiempos de traslado resultan muy largos.

Los procesos de metropolitanización duplican los esfuerzos de los trabajadores más pobres y carcomen sus remuneraciones. Es entendible, entonces, que esas personas tengan sus razones para quedarse en el bañado: trabajan en Asunción y si se fueran a otros municipios perderían su trabajo. La periodista responde con una ambigüedad que resulta estratégica para su argumento:

—Yo no digo que el gobierno haga todo bien, pero algo hace.

Propone aceptar como bueno ese “algo” a pesar de que ella misma no puede declararse segura de por qué es tan bueno ese plan de relocalización. “Todas esas personas tienen trabajo en el estado, porque son la base electoral del gobierno”, dice. Para ella, parece, no deberían vivir en el bañado y tampoco deberían tener trabajo. ¿Deberían sobrar donde no se note?.

A no olvidarlo: el catolicismo alberga a todos, a los pobladores del bañado, a la periodista de un medio local que no puede ni verlos cerca, a los ministros que recibieron al Papa, a los miembros de las organizaciones sociales que le pidieron una visión sobre un modo de desarrollo que incluya la justicia.

El bañado parte II: sacerdotes, moradores y maniobras.

De esa pluralidad contradictoria es consciente el Provincial de los Jesuitas en Paraguay, el Padre Alberto Luna al que nada puede presentarlo mejor que una decisión existencial. Desde hace seis años reside en el Bañado Norte. Si católicos son todos y si el catolicismo contiene las contradicciones de la sociedad paraguaya la decisión de Luna adquiere una dimensión especial: ha fijado su residencia en un acto que no puede sino entenderse como una forma de acompañar el reclamo de los pobladores. Frente a las tentativas de rediseño de la ciudad y a la parte de la sociedad que odia a los pobres y también encuentra refugio en el catolicismo. La presencia de Luna anticipa el recorrido y las posiciones del Papa.

Nuestra guía en el bañado es profesora en la Universidad Católica y ha compartido con Luna un espacio de militancia social en el que han participado muchísimos católicos que hoy, por diversas razones se han retirado a su casa o, en menor parte, hacía algunas formaciones de izquierda. Conoce mucho la zona y tiene la mejor de las expectativas con Francisco. Desde esa posición se le hace claro que la gente del barrio aprovechará la presencia del Papa para reclamarle a los políticos locales. En primera instancia parece razonable. Luego resultará sorprendente la dirección que tomaron los reclamos.

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A las doce de la noche, ocho horas antes de su llegada, aparece la primera tanda de camiones de la Fuerzas Armadas paraguayas. De la parte trasera bajan cientos de soldados, todos con ametralladoras que de tan espamentosas parecen de juguete. A las 2 de la mañana, otra tanda de oficiales vestidos de civil, todos igualitos, desde el corte de pelo hasta el color de los borcegos. Además, los custodios vestidos de traje y corbata, parte de la comitiva oficial. Y otros oficiales vestidos de celeste, que llegan sobre la hora. Y tres helicópteros que sobrevuelan la zona durante los 45 minutos que dura la visita. Y una revisión exhaustiva de las credenciales de los periodistas y los reporteros gráficos, cada vez que deambulan por el barrio que pasa la noche en vela. Al fotógrafo Eduardo Carrera, un oficial militar le pide la credencial, después el documento, le pregunta su fecha de nacimiento y después le pide el código de barra de su credencial.

—Nunca en mi vida me habían preguntado eso—, dice Carrera. El oficial le dice ok y le pide disculpas.

En esa misma esquina, un grupo de jóvenes escucha música electrónica y toma unas cervezas en la vereda. A un periodista, un oficial de civil lo para, se lo lleva a un pasillo alejado del gran ruido, y le pregunta si es colombiano. También pide disculpas después de revisarlo. No es un momento incómodo o violento. Es un verdadero operativo de seguridad, en un barrio en el que no hay muchos cronistas dispuestos a pasar la noche.

—Nunca un paraguayo esperó tanto tiempo para escuchar hablar a un argentino —, dice Nery, en una esquina del barrio, mientras invita una cerveza (4 mil guaraníes la lata, un poco menos de un dólar). Será la primera lata de unas cuantas de la noche, entonces Nery cuelga una bolsa que funciona como tacho de basura. Con la mujer paraguaya el diálogo es franco, profundo, más accesible. Son siempre el motor de todo lo que pasa a nivel de la comunidad. “La mujer paraguaya es la más gloriosa de todas”, dijo Francisco en su primer discurso. Con el hombre de Paraguay, es un poco más difícil. Mira con desconfianza, marca territorio cuando un extraño habla con su mujer. El fútbol ayuda un poco. Pero con Nery no hace falta, Nery habla sin problemas y está dispuesto a contar su historia. Tiene un pasado militante en el partido comunista. Escribió en un periódico barrial en la época de Stroessner y algunos de sus amigos tuvieron  que exiliarse en Mar del Plata. Tiene ganas de hablar de su barrio, de sus gobernantes. De Cartes dice lo que dicen la mayoría de los de su clase. Que es millonario, que gobierna para los amigos, que no sirve para nada. Y tiene fe en Francisco, en lo que el Papa acostumbra a decir entre líneas. A las respuestas que da a aquellos que le hablan a la cara.

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El padre Ireneo Valdez Colman es quien recibe a Francisco. Morocho, corpulento, de manos enormes y voz grave, usa un pulover de lana gruesa a pesar del calor. Llegó a la Capilla San Juan hace un año y cuatro meses desde Misiones es quien recibe a Francisco. “Tuvo suerte padre, recién llega y le toca recibir al Papa”, le dicen. “¿Suerte yo? El día en que llegué había un metro de agua. La cancha de fútbol estaba tapada. Te parece que tengo suerte?”. Tiene 54 años, vive en el bañado junto al Padre Alberto Luna y se ordenó como sacerdote jesuita a los 38. Apenas aspiraba a ser maestro de novicios, pero terminó coordinando la visita de un Santo Padre. La mano derecha de Ireneo es Elizabeth Leite Figueredo. Nació en Bañado Norte, estudió en las escuelas jesuitas del barrio y llegó a recibirse de contadora. Ella maneja la caja. Nada se firma sin su aprobación. Es una de esas super mujeres que el Papa encomia, aunque no discuta ni deje avanzar la discusión sobre el papel subordinado de las mujeres en la estructura eclesial. También está Miriam. No pudo tener hijos (perdió cuatro embarazos), pero dice que lo habló con curas amigos y quizás eso haya sido una bendición: con hijos no podría haberle dedicado tanto a la Iglesia. Miriam se va para la canchita, quedan algunos ajustes para el evento de mañana. Sus cuñadas se largan a hablar. Una de ellas vivió en Argentina y la otra en España, pero las dos eligieron regresar: “No sé cómo explicarlo, pero hay algo acá en el pecho que te dice que tenés que volver”, dice una de ellas. “Mi hija mayor vivió en España hasta los seis años y me pregunta porqué volvimos. Dice que acá hay basura en las calles y allá estaba todo más limpio. Yo no sé si hice bien, pero lo sentí así”. Esta tierra fangosa y húmeda es su tierra.

Francisco atendió de inmediato y por la positiva el reclamo más fuerte de los bañadenses. También pareció sintonizar con el conflicto que se desarrollaba por lo bajo. Al final de sus palabras, que pidieron de esa tierra solidaridad y vocaciones para que surjan de allí nuevos sacerdotes, hizo una referencia que no resultó extraña ni enigmática. Está claro: se dirigía a los vecinos de el bañado. Les dijo “no dejen que el Diablo los divida”. La advertencia no revestía sentido general sino que parecía especialmente dirigida a lo que pasó antes de su llegada. Corrió el rumor en el barrio. Había llegado un pedido del partido Colorado, la más extensa y activa red política del Paraguay. El partido del actual presidente Horacio Cartes quería obtener 300 acreditaciones para sus militantes.

—Ahí los ves —, dicen.

En el fondo de la canchita, con pecheras amarillas con la inscripción “estamos a su servicio”, avanzan representantes del partido Colorado. Los dirigentes Católicos los repudiaron cuando hablaron frente al Papa. Dijeron que era una presencia oportunista y criticaron al Estado porque, según esos militantes Católicos, no mira el Bañado con buenos ojos. La advertencia de Francisco, entonces, parecía conocer la tensión generada por aquella demanda de acreditaciones de último momento que, concientemente o no, resultaba una provocación.

La crónica televisiva citó aquellas palabras con parámetros similares a la periodista de la CONMEBOL. Para los periodistas de la tele, las palabras de los oradores del barrio se habían extralimitado: pasaron de lo religioso a lo político; de lo grande a lo pequeño. Y era necesaria una autocrítica. Nada dijeron acerca de que el Papa inició su discurso diciendo que la tierra era de los bañadenses. La palabra de Francisco avala las aspiraciones de los habitantes, pero estas deberán confrontarse a criterios y poderes que para nada se afinan con el espíritu de lo dicho.

En Paraguay como en el Bañado

La mismas tensiones que atravesaron la visita papal al bañado estuvieron presentes en todo su trayecto en Paraguay y en especial en el encuentro con representantes de organizaciones de campesinos y de los pueblos originarios. Pero entre la concurrencia seleccionada por los anfitriones, se amplió, de forma curiosa, el concepto de sociedad civil, con la presencia del ministro de Planificación José Salinas. En el escenario donde el Papa prolongó su magisterio de diálogo, fraternidad y crítica a la “economía sin rostro” la sociedad allí presente disputó el sentido y la oportunidad de la visita. Hubo silbidos mientras una economista del gobierno describía con fascinación el crecimiento del país, y cuando se hizo presente el presidente Cartes. “Se acabo la dictadura”, gritaron cuando la policía quiso retirar la bandera de unos sindicalistas, que recordaban la matanza de Curuguaty, origen de la maniobra golpista contra Fernando Lugo. Ese juicio se desarrolla ahora en Asunción bajo la atenta mirada de observadores internacionales.

El terreno que pisó Francisco en Paraguay no es tranquilo sino una superficie trabajada por enfrentamientos sociales y eclesiales que no solo le preceden. Francisco los conoce tanto o más que el conflicto del Bañado. E Incluso ha tenido una política influyente al respecto. Intervino una diócesis, rotó obispos en otro caso y nombró nuevos obispos en otros dos. En cada una de esas circunstancias promovió cuadros que sintonizan con su mensaje y sus gestos: sacerdotes con profunda inserción. Algunos de ellos se encontraban con funciones burocráticas en el Vaticano y sintieron revivir su vocación pastoral con el empujón al territorio que les dio Francisco. Para los que se preguntan sobre el destino de los gestos, éstas son las respuestas: la política de promoción de cuadros que efectúa el papado. Y en este caso puede verse que palabra y acción se acompañan. Aunque no sean un encastre perfecto. Y no es para menos: las fuerzas que resisten la orientación papal en la sociedad y la iglesia paraguaya no dejan de hacerse sentir a cada paso. Si los medios de comunicación criticaron las expresiones “fuera de lugar” de los bañadenses, un diario de gran circulación dio espacio para una columna que expresaba simpatía y conexión con Francisco. La firmaba Livieres Plano, el obispo cuya Diócesis Francisco intervino por irregularidades morales y económicas. La jugada no es inocente: intenta rehabilitar una figura cuestionada por Francisco desde Roma justo el día que el Papa está en Asunción.

La Iglesia Católica ha sido el terreno de una batalla intensa que aún no está resuelta. Durante la caída de la dictadura de Stroessner los sectores progresistas habían sido protagónicos. Luego, debieron ceder ante la presión de los conservadores avalados por el plus de fuerzas que le suministraba la presencia y el apoyo de Juan Pablo II, que desconfiaba de todo lo que oliera a teología de la liberación y a cuestionamientos sociales. Tanto predominaron estos sectores que la propia Iglesia Católica paraguaya no solo no apoyó a Lugo contra sus detractores sino que terminó avalando su remoción. En esa ocasión Claudio Giménez, Obispo de Caacupé y Edmundo Valenzuela, Arzobispo actual de Asunción, se plegaron a la maniobra golpista contra el gobierno democráticamente constituido. Las brisas que se anunciaron con el nuevo Papa y que vinieron a ser consolidadas con esta gira, operan a contrapelo de una tendencia histórica fuerte que no será fácil superar. Algunos frutos, además de los anunciados por los nuevos nombramientos, comienzan a observarse entre aquellos católicos que habían tirado la toalla cuando el predominio conservador se manifestó con fuerza. 

Algunos devotos no quieren dar su nombre. Y dicen: “a esta Iglesia, Francisco puede hacerle mucho bien. Por eso, hoy celebro su presencia entre nosotros. Su calidez, su transparencia, su sencillez, su naturalidad manifestada en sus intervenciones, entregando un magisterio de vida sin apelar a lugares comunes de una religión hueca y vacía, son testimonio de una personalidad atractiva, desafiante y que invita al diálogo y a la comunión”. Para ellos es como una “brisa primaveral”; renueva, rejuvenece y regala nuevas esperanzas. “Con esta Iglesia de Francisco, la que promueve el diálogo y reconoce la diversidad, se puede dialogar, se puede construir consensos, se puede disentir en libertad”, dicen. Y de ninguna manera podría decirse que todo marcha sobre ruedas para estos sectores: en estos días el parlamento paraguayo bloquea proyectos referentes a la diversidad y a la violencia doméstica. Todo ello con el apoyo de la iglesia católica. Es decir, con el apoyo de sectores que exceden a los tradicionalmente conservadores que no se conmueven ni con Francisco, ni con la globalización ni con los movimientos sociales. El Papa tal vez ayude, pero de ninguna manera puede o quiere resolver todo lo que le preocupa a muchos de quienes dieron el testimonio de su visita. A las 9 en punto, el papa deja el Bañado Norte. Los helicópteros salen como flechas para anticiparles la llegada de Francisco a otras multitudes.

Fuente: revistaantifia