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Sistematización del Intercambio de experiencias región Mercosur y Francia: Economía Feminista y la construcción del Buen Vivir, llevado a cabo el pasado 17 de marzo de 2022.

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INTRODUCCIÓN

Este es el tercer encuentro de una serie de diálogos intertemáticos y de convergencia sobre prácticas emergentes de re construcción de lo común, y el de hoy se enmarca en el contexto de la fecha conmemorativa del 8 de marzo, «Día Internacional de las Mujeres». Como refiere Corina Rodríguez, la Economía Feminista se caracteriza por poner en el centro del análisis la sostenibilidad de la vida. No busca la reproducción del capital, sino la reproducción de la vida. Busca la autonomía, la igualdad, la responsabilidad social, transparencia y vida comunitaria.
En ese sentido, el punto de partida de la Economía Feminista es que no se puede reducir la producción del vivir a números y fórmulas como las que normalmente se presentan en los noticieros. Ésta es una forma dominante de pensar la economía, que considera solamente una pequeña parte del conjunto de actividades necesarias para producir la vida y mover la sociedad. El cuidado, la limpieza de los ambientes y de las ropas, la producción de alimentos y la preparación de las comidas, la atención con la higiene y los sentimientos, la construcción de relaciones y vínculos, el cuidado de la naturaleza es parte de la producción del vivir y del Buen Vivir.

La Economía Feminista tiene como una preocupación central la cuestión distributiva. Y en particular se concentra en reconocer, identificar analizar y proponer cómo modificar la desigualdad de género como elemento necesario para lograr la equidad socioeconómica, proponiendo la construcción de una economía más sostenible y justa.

Por eso decimos que la Economía Feminista hace una contribución extensa al estudio de la participación económica de las mujeres, en particular revelando los mecanismos de discriminación en el mercado laboral. Por lo tanto, también ha contribuido a incorporar la dimensión de la pobreza y evidenciar los procesos de feminización de la pobreza que atentan no sólo a la autonomía de las mujeres, sino que fundamentalmente al buen vivir.

Para ello, se propone la noción de colectivización de los cuidados o corresponsabilidad social de los cuidados, así como la soberanía alimentaria como prácticas transformadoras al sistema capitalista, patriarcal y colonial.

El cuidado, en este contexto, se propone como responsabilidad social y no mera elección individual. Se propone una ética del cuidado como un valor público. El norte del cambio ético será la construcción de una «sociedad del cuidado», esto ya que la sociedad capitalista y patriarcal que hoy conocemos y habitamos es justamente producida desde un lugar de “no cuidado”, entonces: ¿Cómo sería pensar una nueva sociedad desde una ética colectiva del cuidado?

Es en este contexto que diversos grupos de mujeres están desarrollando múltiples experiencias que hoy, algunas de ellas, nos compartirán. Mujeres que han resignificado su lugar y así realizan acciones que tienen como objetivo articular haceres y saberes vinculados a la salud y el cuidado de los ecosistemas, reconociendo la pertenencia, el rescate y preservación de la semilla nativa, las plantas para la salud, el monte nativo.
Experiencias de microemprendimientos, ferias e intercambios, elaboración colectiva de alimentos, entre otras actividades que fortalecen el tejido de vínculos comunitarios ejercidos en la vida cotidiana, conectando con lo sagrado de preservar el entorno natural que sostiene a la comunidad y reconociendo las huellas de la ancestralidad.

 

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