Por Milda Rivarola
¿Quién es, de este país, la más hermosa? La frase de los hermanos Grimm define el discurso gubernamental paraguayo, desde junio del 2012 hasta el presente. El de Franco y el de Cartes, el de sus ministros y voceros, el del empresariado local que les sirvió y sigue fungiendo de apoyo, el de su entusiasta «prensa amiga». Vivimos en el país de las maravillas, en el «milagro americano», y el que lo niegue, es zurdo o resentido.
Si nunca pudimos bañarnos en petróleo, ni ver las grandes inversiones prometidas, habrá siempre un galardón de alguna desconocida institución miamense, o lisonjas de algún publicista extranjero igualmente ignoto, que vengan a suplir el terco silencio de los espejos locales.
Pero mal podría evaluarse la calidad de un gobierno con cuentos de niños. Existen para ello indicadores calificados de gobernabilidad, desde los años ’90 –los del Latinobarómetro, el Banco Mundial y la CEPAL, el de Transparency International- que permiten no sólo comparar regional o mundialmente cada país, sino evaluar los cambios habidos a través del tiempo.
Desde que se inició la medición de estos Indicadores, las cifras paraguayas se movieron por debajo del promedio latinoamericano. Su democracia sigue siendo calificada como «débil» o de «baja calidad», y algunos analistas norteamericanos pretenden que es ya incluso un «Estado fallido».
Sin embargo, desde mediados de la década del 2000 el país mejoró muchos de sus indicadores. Los avances se aceleraron durante el breve gobierno de alternancia -2008/12-, para frenarse abruptamente tras el golpe parlamentario de junio de ese año. Ahora parecen estar retornando a su histórica mediocridad.
Como era de preverse en gobiernos de derecha, los primeros indicadores en estancarse fueron los de reducción de la pobreza. Los programas sociales –Teköpora, subsidio a adultos mayores, acceso gratuito a salud, empleo- habían logrado, pese a sus limitaciones, reducir drásticamente los índices de pobreza y pobreza extrema entre el 2009 y el 2012. A partir de allí, el ritmo de reducción se frenó, y los de pobreza extrema -a nivel país y en áreas rurales- recobraron su tendencia alcista.
Fuente: Elaboración propia, con datos de EPH-DGEEC 2008 al 2014.
Otro indicador en caída libre es el de control de corrupción, en el que Paraguay mostraba históricamente valores ínfimos. El progreso de esta variable durante el gobierno de la alternancia fue evidente, saltando de 4% en el 2003/4 (en escala de 1 a 100) a más de 25% entre el 2010 y el 2011. Desde el 2012, este indicador del Banco Mundial retrocedió abruptamente, y Transparencia Internacional bajó posteriormente el puntaje paraguayo de 25 (año 2012) a 24 (2014).
Como se sabe, la publicitada «ola de transparencia», que evidenció insólitos beneficios de correligionarios enquistados en el aparato de estado, pronto se diluyó en el opa reí, y los cotidianos escándalos de corrupción sólo provocan cinismo o indiferencia gubernamental. La caída de este indicador explica la reticencia de inversores serios en traer hoy sus capitales al país, pese a la machacona propaganda oficial y las leyes de Alianza público-privada votadas para atraerlos.
Fuente: Governance Indicators, World Bank.
Otros fenómenos recientes agravan esta inseguridad jurídica: la rápida expansión de la narco-política, la violencia de grupos armados (narcos, EPP, sicariato, FTC) en el control del territorio norteño, y la acelerada destrucción del sistema de justicia.
Un punto bien crítico del gobierno Cartes –sobre todo para sus apoyos, los terratenientes y agroexportadores- era el del combate al EPP. Tras las bravuconadas presidenciales de «voy a traerlos del jopo» o «no me marcarán la agenda», los poderes discrecionales asignados al Ejecutivo y el altísimo presupuesto otorgado a Defensa e Interior, los resultados son decepcionantes. Más de la mitad de las 51 muertes atribuidas al EPP en los últimos 17 años ocurrieron durante el gobierno Cartes (8 policías, 5 militares, 1 guardia-cárcel y 15 civiles).
Uno de los innegables logros anteriores era la política financiera: el Estado gastaba menos de lo que tenía, y no se endeudaba. Tras caer casi en default bajo el último gobierno colorado, el gobierno de la alternancia logró años continuos de superávit fiscal, y controlar la deuda externa, que llegó a bajar en el 2011. También esta buena política de Estado se destrozó en los últimos tres años, a juzgar por las cifras.
Fuente: Cadep, con datos del BCP. Cifra de 2015, estimada.
Como ese alegre dispendio de fondos debía financiarse, y ni el gobierno Franco ni el de Cartes estaban dispuestos a reformar el sistema tributario, perjudicando a los apoyos de los agro-exportadores y grandes propietarios, el parlamento dio carta blanca al endeudamiento externo. El país entró ya en el peligroso «bicicleteo»: se endeuda nuevamente con el objeto de pagar intereses de miles de millones de USD en bonos alegremente arrojados al mercado años antes.
Fuente: Index Mundi, 2014
Es sabido que en años electorales, se agrava el dispendio de fondos públicos. Hoy el gobierno anuncia que el déficit fiscal del 2015 será mayor al que, por ley, él mismo se fijó porcentualmente. Recién ahora algunos economistas –antes entusiastas propagandistas del rápido endeudamiento- se muestran reticentes a avalar el creciente carnaval de las finanzas públicas.
La fantasía del «crecimiento por derrame» –atraer primero las inversiones, luego vendrán la generación de empleo y la disminución de la pobreza- que defiende el gobierno y sus adeptos, también muestra hoy su rostro fariseo. La Encuesta Continua de Empleo (ECE) informó que en el 1° trimestre de 2015 había aumentado efectivamente la tasa de ocupación en dos puntos porcentuales (de 90,3 a 92% de marzo del 2014 a marzo de 2015). Pero advierte que en ese mismo lapso, la PEA asalariada que gana menos del Salario Mínimo Legal saltó del 30,5% al 35,6%. Lo que aumenta es entonces el trabajo informal, no digno, y mal pagado.
Entre tantos fracasos y pérdidas, un reciente análisis de José C. Rodríguez -Instituto Desarrollo- muestra quienes son los únicos beneficiados por las políticas económicas cartistas. La comparación de cifras de las Encuestas Permanente de Hogares 2013/2014 (DGEEC) prueba que la inequitativa distribución del ingreso en Paraguay está empeorando con rapidez.
Esta distribución era de por sí extraordinariamente desigual: el quintil 5 (el 20% más rico de la población) detenta el 57,1% del ingreso total, mientras el quintil 1 (el más pobre) queda con apenas el 3,5% del total. En toda la región, este nivel de inequidad es sólo comparable al del Brasil.
Lo llamativo es que en el último año, el único grupo que mejoró radicalmente su ingreso es el más acomodado (quintil 5), mientras todos los restantes (el 80% de la población, las llamadas clases medias y las pobres) vieron en ese lapso empeorar sus ingresos en 9 a 13 puntos porcentuales.
Fuente: Procesamiento de JC Rodríguez, datos de las EPH 2013-2014
De este modo se entiende como alguna gente, muy poca, puede aún responder sin ruborizarse a la madrastra de Blancanieves. Que sí, que hablando desde esa mínima parte del país que ellos creen íntegramente suyo, y a despecho de todas las evidencias, la bruja del cuento sigue pareciéndoles la más bella.
Fuente: Periodico E’a